Los niños inventan con los cuentos de ANDERSEN

Estos cuentos hay que leerlos con mucha atención.
En cada uno de ellos descubrirás algún personaje que no corresponde a Andersen.
¡Encuéntralo!


Aventuras de un soldadito La amistad de la cerillera y la sirenita
El secreto del sastrecillo valiente La moneda dorada
El valiente soldadito de Lucas Los tres amigos
El viaje

 


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AVENTURAS DE UN SOLDADITO


Érase una vez un soldadito de plomo al que le faltaba una pierna. Llevaba cinco años creciendo junto a la campesina y el deshollinador, y un día les dijo:
—Vosotros que sois de porcelana, no os podéis mover. Yo que soy de plomo, iré en busca de aventuras.
El valiente soldadito se fue de su mesita para irse a conocer el mundo desconocido.
Fue andando durante horas, días y meses hasta que una soleada mañana se cayó a una pocilga. En ella, vio un cuidador de cerdos que construía algo. El soldadito preguntó al chico joven:
—¿Qué haces?
El joven contestó:
—Estoy haciendo una olla, en la que poniendo al fuego y metiendo el dedo se puede saber qué come cada persona del reino. Además viene con música incluida.
—¡Qué interesante! -contestó el soldadito. Yo voy en busca de aventuras, ¿me puedes ayudar?
—¡Cómo no! Te montaré en un barquito y te tiraré al río.

Y así lo hizo el buen chico.
Le hizo un barquito de papel y le depositó en el río.
—Adiós, buen viaje.
El soldadito, todo ilusionado, navegó durante horas hasta que llegó al mar.
Por culpa de las olas, el barquito naufragó, como el soldadito era de plomo se hundió hasta el fondo. Tres horas estuvo intentando subir a la superficie hasta que un pez se lo tragó. El soldadito asustado dijo:
—Nunca saldré de aquí.
De repente, notó un fuerte golpe. Era la Sirenita, que al oír los quejidos había ido en su ayuda.
El pez y la Sirenita estuvieron luchando más de una hora, hasta que el pez murió rendido. La Sirenita abrió el pez y sacó al soldadito diciendo:
—Corre, rápido, tenemos que irnos.
La Sirenita desapareció y el valiente soldadito se dio la vuelta, mientras se le comía una gamba. El soldadito se desesperó.
Pasaron unos días, hasta que casi muerto, notó un golpe, más suave que el anterior. De repente, le escupieron. Vio que era un patito muy feo. Le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Me llamo Patito Feo.
—¿Por qué me escupes?
—Creo que era porque estabas duro.
—Gracias por salvarme la vida.
Y así vivieron felices y contentos, hasta que el soldadito conoció a una bailarina y se hicieron novios. Un día se cayeron al fuego, colorín, colorado este cuento se ha acabado.

Fernando Da S. 6º EP




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EL SECRETO DEL SASTRECILLO VALIENTE

Había una vez, un pueblecito a orillas del mar Cantábrico. Era un pueblo tranquilo y alegre en el que se celebraban todas las fiestas, absolutamente todas, desde el cumpleaños hasta el día de Navidad. De esto hace ya 21 años.
Yo nadaba tranquilamente, por si no os lo he dicho antes, soy el Patito Feo y de verdad hago honor a mi nombre. Ahora he crecido y me están saliendo plumas blancas entre mi plumón gris, ¡pero bueno!, siempre me enrollo en lo que no es y no digo lo que quería contar.
Como os he dicho, mientras yo estaba en mi estanque nadando tranquilamente, aparecieron justo delante de mí unas cuántas personas que acarreaban de un lado para otro, bancos, banderas, sillas, mesas y un montón de comida. Lo que sucedía era muy sencillo; en el pueblo había nacido un niñito muy guapo y lo iban a celebrar por todo lo alto.
El niño se llamaría Juan, era sano y fuerte ya desde pequeño. Era hijo de unos granjeros, por lo que el niño desde los seis años tuvo que ayudar en la granja.
Un día sus padres decidieron que, como en el pueblo del otro lado del valle eran fiestas y había mercado; el niño que ya tenía 9 años podía ir a vender huevos frescos, una cabra, cuatro gallinas y una vaca. Juan así lo hizo; cogió una cesta para los huevos, la jaula para las gallinas y dos cuerdas, una para la vaca y otra para la cabra. Y se lo llevó todo como pudo.
En el mercado vendió todo a buen precio, pero le quedó la vaca. Como nadie andaba ya por el mercado y se había hecho tarde, agarró los cestos y cogió a la vaca cariñosamente, porque eran buenos amigos; pasito a pasito se fue alejando del pueblo.
Mientras pensaba cómo iba a decirles a sus padres lo de la vaca, un hombre le salió al paso, lo que hizo que el pobre Juan se sobresaltara, y del susto casi se cae en un charco, del brinco que dio.
El hombre le ofreció unas habichuelas mágicas, una caja de soldaditos de plomo, y todo ello a cambio de la vaca. El niño aceptó el cambio, pero como el hombre le vio tan pobre y que le costaba tanto dejar a la vaca en manos extrañas le dijo que podía visitarla cuando quisiera. Le dio un papel con su dirección y 5 monedas de oro.
El niño se quedó atónito y con la mano, en la que tenía las monedas, abierta y extendida hacia el señor. Éste le dijo que se fuera a casa y que las monedas las considerara como una donación a la granja, pero que no se olvidara de irlos a visitar a él y a su amiga la vaca, de vez en cuando.
El niño salió corriendo y no paró hasta que llegó a su casa. Les entregó todo el dinero a sus padres y subió corriendo a su cuarto. Una vez allí, abrió la caja de soldaditos y se quedó pasmado. Dentro había 12 soldaditos tal y como ponía en la caja, pero con un pequeño detalle, ¡había en el centro una preciosa bailarina!

El niño enseguida puso a los soldaditos en formación y cuando cogió el último observó un detalle distinto: tenía el traje roto y le faltaba una pierna. Inmediatamente como le gustaba coser, buscó tela bonita y se puso manos a la obra. Cuando terminó y vio que era el más bonito, pensó que podía ser el general junto a la preciosa bailarina. Y así fue como el soldadito cojo dibujó una sonrisa en su cara de plomo.
Juan cogió su caja y la puso en el alféizar de la ventana y sin querer empujó las habichuelas a la calle.

Quiso bajar a cogerlas pero sus padres no le dejaron. Iría a buscarlas por la mañana -pensó y después de cenar se fue a dormir, pues con el día tan ajetreado que había tenido estaba tan rendido que a los pocos minutos ya se había dormido profundamente.
Aquella noche llovió mucho, no paró ni un solo minuto hasta que amaneció.

Cuando Juan estaba desayunando, oyó a sus padres hablar de la tormenta y salió corriendo hacia la puerta, la abrió y se quedó mirando al lugar donde la noche anterior habían caído sus habichuelas. No había ni rastro de ellas. El niño se puso unas botas y salió a la calle y lo que vio un poco más lejos lo dejó sorprendido: sus habichuelas no estaban, pero en su lugar crecían cinco alegres plantitas; a la primera le había salido una flor que se abría lentamente, las tres siguientes daban comida y la quinta y última atravesaba las nubes. Era grueso y podía soportar el peso de Juan, por lo que pidió permiso a su madre y subió por ella. Cuando llegó a las nubes, miró en todas direcciones, hasta que su mirada se topó con otra.

Al principio le pareció estar soñando porque sabía que esa persona era una leyenda, o al menos para algunos del pueblo era así pero… De repente la persona se presentó:
—Hola, soy la Reina de las Nieves, ¿cómo te llamas tú, pequeño?
A Juan casi se le doblan las rodillas del susto y con un hilo de voz contestó:
—Me llamo Juan.
La Reina de las Nieves le dijo que todo aquel que llegara a su castillo tendría una facultad mágica. Juan, más acostumbrado que antes, preguntó:
—Y … ¿cuál será la mí…míaa?
Cuando ella le dijo la respuesta, sonrió al niño y se despidió. Juan bajó por la planta y se despidió. Bajó por la planta a su casa todavía pasmado y al llegar vio a su madre con algo en las manos. Para Juan no fue demasiado llamativo comparado con lo que había visto esa mañana; en el tiesto había una niña muy pequeña, que tenía su misma edad, tumbada sobre el girasol del tiesto, comiendo tranquilamente una pipa.

Decidió llamarla Pulgarcita, pues su tamaño no sobrepasaba al de un pulgar del niño.
Se hicieron muy amigos y siempre estaban juntos. Juntos crecieron.
Siendo mayor, ya cerca del río, pasé por delante de él y se quedó muy quieto para no asustarme; lo cual me gustó mucho y me acerqué. De pronto, Juan se acordó del mensaje de la Reina de las Nieves y me dijo así:
—Hola, patito, por cierto ¿sabes?, tú no eres un pato…,¡eres un cisne!
Me quedé muy sorprendido pues entendía todo a la perfección y probé yo:
—Yo no soy un cisne, siempre he sido un patito feo y siempre lo seré, ¡siento no darte esa ilusión!
Juan también se sorprendió o no oía bien o…¡un cisne le había hablado!
Cuando se tranquilizó me propuso que fuéramos amigos y desde entonces así es.
Un año más tarde, Juan se hizo sastre y aunque no lo creáis, venció por orden del rey frente a dos gigantes y un ogro, ¡increíble pero cierto!
Su madre, su padre, Pulgarcita y yo estamos orgullosos de él porque dentro de dos semanas el tranquilo pueblecito estará en movimiento para celebrar la boda de la princesa con mi amigo Juan.
Hasta la próxima. Recordad que no debéis contar a nadie que Juan, el sastrecillo Valiente puede hablar con las aves acuáticas. ¡Es un secreto!

Marina C. 6º EP

 



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EL VALIENTE SOLDADITO DE LUCAS

Cuando un niño bueno muere, baja del cielo, enviado por Dios, un ángel, que lo recoge en sus brazos y lo lleva al cielo, parando primero por todos los lugares que el niño ha amado y cogiendo flores que luego entregarían a Dios.
Esto, se lo contaba un ángel a Lucas, un niño cuya vida había acabado hacía ya dos días, atropellado por un camión, mientras perseguía a su muñeco, que iba flotando por charcos y cloacas. Era el muñeco más bonito de toda la caja de soldaditos de plomo; y aunque le faltaba una pierna, era el preferido de Lucas.
Este niño, también tenía entre todos sus juguetes, una bailarina y le encantaba jugar con los dos muñecos.
El soldadito era un valiente príncipe, pero su madre, estaba harta de que no encontrase pareja. Un día se le ocurrió celebrar un baile, al que invitaría a todas las princesas del reino, y así lo hizo, pero se llevó un buen disgusto al comprobar que su hijo no se fijaba en ninguna de ellas. Un día le preguntó:
—Hijo, ¿por qué no quieres encontrar pareja de una vez? ¿Acaso no son bellísimas las princesas de nuestro reino?
—No es eso mamá; verás, hace unos días conocí a una muchacha en la playa.
—Muy bien hijo, vete a verla e invítala a venir a cenar.
Ese mismo día, el príncipe fue corriendo a la playa, en busca de aquella muchacha. Allí, en la orilla del mar, estaba ella, era guapa, guapísima, pero le faltaba la voz. Era una sirena, la hija pequeña del rey Tritón, pero gracias a un potaje de la bruja del mar, había conseguido tener unos pies, eso sí, a cambio de su voz.
El príncipe, con la excusa de que no quería ir a cenar, bajaba todas las tardes a la playa. Allí se encontraba con la muchacha, que le enseñó a hablar por señas.
Un día, la reina harta de que su hijo no le enseñase a la muchacha, cuando el príncipe bajó a la playa, decidió ir a escondidas. Cuando vio a la muchacha, le pareció tan guapa, que salió de su escondite y ella misma le fue a decir que viniese de invitada para la cena; quería comprobar si era la clase de pareja que ella buscaba para su hijo: una princesa fina, educada y formal.
Cuando acabaron de cenar, el rey invitó a la muchacha a quedarse a dormir.
La criada por orden de la reina, puso en la cama diez colchones y debajo un guisante.
A la mañana siguiente, la reina preguntó a la invitada.
—¿Qué tal has dormido?
—Pues he dormido bastante mal, en la cama había un bulto que no me dejaba dormir…
Con estas palabras, la reina comprobó que la muchacha era un buena princesa, pues había notado el guisante y dejó a su hijo que se casara con ella.

De regalos de boda tuvo dos: voz para la princesa y un viaje por la India para los dos. Lo mejor del viaje fue el río Ganges. Pasaban por allí, cuando una muchacha india a la que le brillaban los ojos, les preguntó:
—¿Veis aquel resplandor en el cielo? Es el ave Fénix, nacido en llamas, muerto en llamas, el sagrado cisne del canto, ¿no le conocéis?
La pareja se quedó un poco perpleja, pero la niña les explicó todo sobre aquel ave; lo peor fue la despedida, los príncipes se tenían que ir y…
Lucas creo que ya hemos recogido flores suficientes -dijo el ángel, ¿crees que podríamos llevárselas ya a Dios?

Marina G. 6º EP


 


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EL VIAJE

Ricitos de Oro quería mucho a su madre y a su abuela, pero necesitaba a una amiga con la que pudiera jugar y contarle sus secretos. Así que decidió hacer un viaje.
Esa misma noche prepararía todo, porque ¡claro!, no iba ir como si fuera un día cualquiera.
Lo primero que hizo fue llamar al cazador, por si encontraba algún peligro en el camino. Cuando se lo preguntó hizo la respuesta típica de cualquier adulto:
—Los niños y su imaginación, je, je, je…
Y después de haber dicho esto colgó.
Aunque comparado con el cazador, era un debilucho, decidió llamar al soldadito de plomo. Tuvo que buscar en la guía, porque no sabía su número de teléfono.
—R…S…T…Aquí viene el número de Pulgarcito. Le llamaré.
—Hola Pulgarcito, soy Ricitos de Oro.
—Hola, ¿qué tal?
—Muy bien, te llamaba para pedirte un favor
—Adelante.
—Voy a hacer un viaje y me gustaría que vinieras conmigo, ¿quieres?
—Un momento. Se lo voy a preguntar a Pulgarcita. Iré contigo.
Y dicho esto, colgó.

Enseguida pensó que necesitarían unos trajes adecuados para el viaje. Al único que se le ocurrió fue al Emperador, así que marcó su número y…
—Dígame… -dijo una señorita con una voz un poco de pito.
—Buenas tardes, soy Ricitos de Oro, ¿me podría poner con el Emperador?
—Sí, espere un momentito.
—¿Síiii…?
—Hola, ¿te acuerdas de mí? Soy Ricitos de Oro.
—Hombre, ¿qué tal? ¿Para qué me llamas?
—Es que quería unos trajes para… para…¡carnaval! Sí, eso para carnaval.
—¿Para Carnaval…? Pero si no es hasta dentro de tres meses.
—Ya, pero ya sabes como es mi madre… Bueno, ¿me los puedes hacer?
—Si, bueno, yo no, mis sastres, ¿cómo los quieres?
—De excursionistas. Adiós.
Ricitos colgó rápidamente, por si cambiaba el Emperador de opinión.
También pensó que cogería una mochila con las cosas necesarias dentro: una linterna, una cantimplora, una gorra, comida… Cuando empezó a meter las cosas en la mochila se dio cuenta de que le faltaba lo más importante, una excusa para su madre y su abuela. Pero no se le ocurría ninguna.
—Mm… ¡Ya lo tengo! Diré que voy donde mis primos: Colás el chico y Colás el grande.
Se dirigió a la cocina donde estaban su madre y su abuela.
—Mamá, abuela: escuchadme.
—¿Qué te pasa? ¿Te pasa algo, cariño?
—¿¡Me dejáis hablar!?
—Si, lo siento.
—Bueno, pues cuando os habéis ido a comprar ha llamado el tío Colás y me ha dicho que si quería ir a la ciudad a pasar unos días con ellos. Como me imaginaba que me dejarías, he dicho que sí y me ha dicho que mañana temprano me recoge para llevarme.
—Pero, tendré que hablar con él
—Ha dicho que no le llamemos, que está muy ocupado.
—Si tú quieres ir…
—Yo… ¡claro!
—Está bien.
(Si quieres saber la continuación lee "Un inesperado encuentro".)

Carmen G. 6º EP


 

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LA AMISTAD DE LA CERILLERA Y LA SIRENITA

Era Navidad, las calles estaban vacías. Hacía frío, solo una niña caminaba descalza con un manojo de cerillas en las manos y algunas más en el delantal.
No podía regresar a su casa, porque la iban a pegar, ya que había perdido los únicos zapatos que tenía, y no había vendido ninguna cerilla, por lo que tampoco tenía dinero.
Vagó por la ciudad hasta llegar a una playa. Las olas chocaban contra las olas, y allí permanecía sentada una bella muchachita de cabellos rubios, cuyas piernas eran la cola de un pez.
La cerillera se dirigió hasta ella y le preguntó cuál era su nombre y de dónde venía. Esta le contestó tímidamente que venía del fondo del mar y que se llamaba Sirenita. Ella le contó que estaba triste, que no podía caminar, quería bailar y sin piernas nunca podría hacerlo.
La cerillera tenía frío, tiritaba y le dijo a Sirenita que echaba de menos a su abuela, que había muerto, siendo la única persona que le había querido en el mundo.
Sirenita sonrió dulcemente, pues comprendió, que sus deseos eran menos importantes frente a intentar a ayudar a la que había empezado a ser su amiga.
Le preguntó a la niña de las cerillas, si de verdad quería ver a su abuela. La cerillera contestó afirmativamente, y juntas partieron hacia el fondo del océano en busca de la abuela.

Llegaron al mundo donde vivía la abuela, y ésta les estaba esperando. La cerillera estaba extrañada, su abuela le explicó, que Sirenita era su hermana, y que se habían encontrado justo en el momento, en que Sirenita iba a cometer el mismo error que había cometido la cerillera hacía unos cuantos años.
Las dos habían nacido en el mar, y al mar habían vuelto, las dos juntas de la mano hasta que se convirtieron en espuma del mar. Las dos hermanas pasaron una infancia, una adolescencia y una vejez muy feliz. ¡Ah!, en cuanto a la cerillera se olvidó del frío, ya que las corrientes de agua caliente del mar la calentaron, y es que en el mar se estaba divinamente.

Marta H. 6º EP

 

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LA MONEDA DORADA

Hace mucho, muchísimo tiempo había un patito guapo que al hacerse mayor se convirtió en un cisne feo. Tenía un abuelo que le gustaba mucho hacer obras de teatro.
Un día su abuelo le encomendó una tarea muy especial, le dijo:
—Patito guapo, pronto te harás cisne y como te he contado en todas las obras cuando los patitos se van haciendo mayores, tienen que hacer una prueba para saber si puedes pertenecer a nuestra familia. La prueba consiste en: ENCONTRAR LA MONEDA DE ORO.
Él ya la conocía porque un día su abuelo le contó su historia que había pasado de mano en mano hasta que un día se fue del país y ya no sabían más.
El Patito no sabía por dónde empezar. Su familia vivía en un pantano y nunca habían salido de él.
Al salir del pantano empezó andando sin rumbo muy triste por no saber dónde buscar.
De repente, sin comerlo ni beberlo, se encontraba ante un majestuoso palacio. Subió las escaleras y se encontró a un soldado, ¡le faltaba una pierna, era cojo! Le preguntó si podía ver al emperador; y el soldadito le dijo que no se admitía ninguna visita porque estaba muy atareado probándose un traje. De todas formas se ofreció a ayudarle.
Le contó todo sobre la moneda. El Soldadito conocía a un mago que era rico gracias a una pulga. Le preguntó si podía llevarle; y así fue como llegó a una montaña donde había nevado y se le encontraron haciendo muñecos de nieve. En cuanto el mago les vio educadamente corrió a su encuentro. Les preparó un rico chocolate con leche.
Le contaron la historia de la moneda. El coleccionaba monedas y fue a mirar para ver si la tenía. Y así fue, entre muchas otras, relucía con una luz espléndida.
Por haberse esforzado tanto subir hasta tan alto, se la regaló, además de unos zapatitos rojos.
Cuando iba de regreso a casa, la moneda resbaló de su mano y se perdió en el mar. Con la ayuda de la sirenita Elisa pudo de nuevo recuperarla.
Por fin llegó a su pantano. Allí todos estaban muy preocupados, porque con tantas aventuras había pasado ya un año. Le hicieron una gran fiesta y así pudo pertenecer a la familia de los cisnes.

Fernán G. 6º EP

 

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LOS TRES AMIGOS

Érase una vez un sastrecillo que vivía en las afueras de un pueblecito en la montaña; apenas tenía dinero para vivir porque era pobre. Ayudaba a toda la gente del pueblo, les hacía toda la ropa que le pedían y era muy bueno, tanto que no le importaba vivir solo en su casita del pueblo de la montaña. Por eso le llamaban el Sastrecillo Valiente.
Un día se le apareció la Reina de las Nieves y le regaló un patito y un soldadito de plomo.
El sastrecillo Valiente se alegró tanto que enseguida quiso enseñárselo a todo el mundo; así que el primer día que tuvo oportunidad, bajó hasta el pueblo para enseñárselo a todos.
Había personas poco amables, que empezaron a reírse del patito y del soldadito; el primero porque era feo y al soldadito porque no iba vestido. Desde entonces al patito le llamaron el Patito Feo.
El Sastrecillo Valiente muy desilusionado se puso muy triste y se marchó a su casa de la montaña. Cuando llegó, se le apareció de nuevo la Reina de las Nieves y le dijo:
—No te preocupes porque dentro de poco, serás el mejor sastre de todos y el patito será el más bonito que jamás hayan visto; y el soldadito tendrá el traje más elegante que jamás hayan visto.
El Sastrecillo Valiente no paraba de llorar y llorar, hasta que por fin llegó la noche y se durmió.
A la mañana siguiente, cuando se levantó de la cama, tenía encima de la mesa un montón de telas preciosas y ricos manjares. Pronto se le ocurrió una gran idea. ¡Haría un hermoso traje al soldadito de plomo y la comida le serviría para hacer un gran viaje hasta un gran lago que le habían dicho que existía a cinco días de marcha por la montaña!
Cuando tuvo todo preparado, iniciaron la marcha hacia el gran lago. Pasaron cuatro días y el quinto por fin llegaron a un hermoso lago en la montaña; era tan grande que el agua se confundía con el horizonte. El Patito Feo se puso tan contento al ver tanta agua, que corrió hacia el agua y empezó a chapotear y a nadar. Nadó tanto que perdió de vista a sus amigos.

Al alejarse tanto de la orilla y no encontrar el camino de vuelta, empezó a llorar y llorar, hasta que una Sirenita salió del agua y le dijo:
—¿Por qué lloras?
Entonces el Patito Feo le contestó:
—Porque no sé volver adonde están mis mejores amigos.
A la Sirenita le dio tanta pena que le dijo:
—No te preocupes, que yo me conozco muy bien este lago y te llevaré con tus amigos.
Cogió al Patito Feo y sin apenas darse cuenta, ya estaba con el Sastrecillo Valiente y el Soldadito de Plomo.
Al verlo llegar se alegraron tanto, que se pusieron a bailar de alegría.
Pasaron todo el día en el gran lago con la Sirenita. A la mañana siguiente decidieron regresar a su casa de la montaña.
Al llegar a ella la encontraron cambiada; era la más hermosa de la comarca, con toda clase de telas, agujas, comida y muchas cosas más.
El Sastrecillo Valiente se convirtió en el mejor sastre de todos, y el Patito aunque era feo, era el mejor amigo de todos los niños del pueblo y todos querían jugar con él. El Soldadito de Plomo se convirtió en un gran soldado que vigilaba y cuidaba la comarca.

Rodrigo O. 6º EP

 
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